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AVATAR: LA LEYENDA DE AANG

Antonio Muñoz Mayne-NichollsPor Antonio Muñoz Mayne-Nicholls 

“¡Al fin! ¡Al fin!” dirán algunos. Al fin una adaptación como se merece. Luego de la mal recibida película de 2010, la nueva versión live action del clásico animado Avatar: La leyenda de Aang, surge como la reivindicación necesaria a tan buena serie que vimos a fines de la primera década del 2000. 

Pero, podríamos decir que la nueva producción de Netflix no tenía un gran desafío por delante, considerando lo mediocre de la versión anterior. Es verdad. Por eso es necesario reseñar la serie dentro de su propio mérito, sin comparar con sus versiones anteriores – aunque sepamos que eso es casi imposible -. Siempre la obra original es un referente. 

Y con esta premisa volvemos a la pregunta que nos rebana los sesos hace tantos años: ¿Cuándo estamos ante una buena adaptación? ¿Es una adaptación al calco? ¿Es una adaptación libre de formatos? ¿Es una adaptación de autor con libertades y solo similitudes con la obra original?

Cómo sabemos, no es una respuesta consensuada, ya que existen los puristas que quieren versiones al calco y otros que dicen que cada autor debe tener libertad creativa para adaptar y entregar una remirada de la obra original. A partir de esta nueva versión de la Leyenda de Aang, podemos revisitar este debate con el condimento adicional de que la producción original ya es una obra cumbre y reconocida dentro de la animación. 

Podríamos decir que la gracia (o desgracia) de una buena versión está en cuánto se aleja de la serie original sin perder su esencia. Y buenos ejemplos tenemos bastantes. Ya reseñamos Sandman en este mismo espacio, otra serie de Netflix que adapta el cómic casi al calco con sutiles diferencias que permiten releer la obra en estos tiempos. 

Otro ejemplo mayor es el Señor de los Anillos, obra máxima de Peter Jackson que, sin embargo, podría entrar dentro de las obras de autor, ya que a pesar de que replican la historia con bastante exactitud, las tres primeras películas se pueden ver como una obra independiente de los libros, partiendo porque son lenguajes artísticos completamente distintos.

Y a pesar de que esta versión de la Leyenda de Aang está más cercana al original tanto en forma como en lenguaje, ya que ambas están dentro de lo audiovisual, no dejaba de ser una incógnita si podría cumplir con las expectativas de los Fans, sin lo cual es difícil que pueda tener más de una temporada.

Al parecer si lo logra. La primera recepción es positiva y respaldada por un alto nivel de audiencia que ya asegura las dos próximas entregas. Pero, ¿de qué va esta historia que cautiva a tantos y ya cuenta con dos traspasos a la pantalla de actores reales?

El último maestro aire

El mundo del avatar Aang, surgido de las mentes creativas de Michael Dante di Martino y Brian Konietzco, es un lugar muy distinto al nuestro pero con algunas semejanzas, donde cuatro naciones se reparten el territorio a lo largo y ancho, prevaleciendo a través del control de los elementos fundamentales. 

Así tenemos a la tribu del Agua, en donde algunos de sus miembros desarrollan y manejan este recurso tanto para construir, alimentarse, pelear y sanar. También están las Naciones de la Tierra y el Fuego, con sus respectivos Maestros en el control de esos elementos; y, por último, la tribu nómade del Aire, quienes lo dominan y se relacionan con el mundo de una manera mucho más espiritual y armónica que el resto de las naciones.

Con el correr de la serie, vemos otros pueblos y otras disciplinas que derivan de los cuatro elementos, pero al menos en las tres temporadas que recorren la Leyenda de Aang, el conflicto está emplazado en cómo la Nación del Fuego y su líder, el señor del fuego Ozai, intenta hacerse del mundo conocido, conquistando al resto de las naciones, incluso desapareciéndolas de la faz del mundo si es necesario.

Y es justamente lo que ocurre con los Nómadas Aire, quienes son diezmados por la nación del fuego, con el argumento de que son la reencarnación del próximo Avatar, maestro de los cuatro elementos, conexión con el mundo espiritual y responsable de mantener el balance entre las distintas fuerzas en pugna. Por lo tanto, es el último bastión frente a los Maestros Fuego que quieren prevalecer por sobre el resto y dominarlos.

La historia comienza 100 años después de la desaparición de la Tribu del aire y del próximo Avatar. Y luego entendemos por qué Aang de 11 años aprox., está destinado a convertirse en el próximo Avatar. Como no termina de aceptarlo, escapa en su bisonte volador para terminar congelado por 100 años y despertar para darse cuenta que su pueblo desapareció y la Nación del Fuego conquistó casi todo el mundo. 

El tema es que despierta por la acción de dos chicos de la tribu agua del sur, una maestra llamada Katara y su hermano, el guerrero Soka, quienes encuentran y despiertan (a Aang), activando nuevamente el ciclo del avatar y su camino a convertirse en el protector del equilibrio en el mundo, o bien a fracasar en el intento.

El arco argumental se completa con Zuko, un príncipe de la nación del fuego desterrado por su padre, el señor del fuego Ozai, quien le encarga encontrar al Avatar y que, por lo tanto, está obsesionado con atraparlo para recuperar su honor y su derecho al trono.

Durante las tres temporadas, vemos un sinfín de aventuras de los tres compañeros y su bisonte volador, tratando de combatir las fuerzas de la Nación del Fuego y evitar el dominio total del mundo por parte de esta; y escapar de los intentos de Zuko por atrapar al Avatar. En el proceso, somos testigos de cómo Aang acepta su rol y cómo aprende a dominar los cuatro elementos para lograr establecer el balance.

Además de lo interesante de la serie y su concepto muy influenciado por la filosofía y religiones orientales acerca del equilibrio, las dualidades terreno-espirituales y el poder de la naturaleza, destacan la calidad de la animación, lo bien estructurados de sus guiones (muchos de sus capítulos son auto-conclusivos, lo cual ayuda a seguir la serie sobre todo para los más chicos), la ambientación, el diseño de los personajes y la música la elevan por sobre el promedio del resto de las series animadas. 

Lo mejor es que los creadores “no se lo toman muy en serio”, pues a pesar de lo elaborado de la historia, cuenta con buenas dosis de humor, acción y drama por igual. Lo importante es que nos presentan el viaje de tres niños convirtiéndose en adultos, asumiendo responsabilidades, cometiendo errores, juzgando y perdonando, pues no son seres perfectos por muy poderosos que sean, si no que humanos como cualquier otro, con defectos y virtudes. Contradicciones que inclusive están presentes en el Aang, quien tiene la mayor responsabilidad de todas pues debe convertirse en el Avatar que todos esperan.

Otra cosa un poco obvia pero importante, es que los tres libros (agua, tierra y fuego) en los que se divide la serie, son correlativos, cosa no muy frecuente en las series animadas occidentales que optan por lo episódico y sacrifican la historia. 

Aquí se rescata una de las mayores virtudes de la animación japonesa y los mangas: los personajes crecen, maduran, se equivocan, se caen y rompen, tienen cicatrices e incluso mueren, y no hay vuelta atrás. Esto se valora mucho, pues a pesar que uno desearía seguir viendo aventuras del equipo avatar infinitamente, no es lo que sus creadores nos quieren ofrecer. 

Esto, a mi juicio, es más arriesgado pues implica la decisión corajuda de darle un término a la historia que además sea tan satisfactorio como la serie en sí. Cosa que en este caso se logra,  pero no siempre es el caso. 

La apuesta de Netflix

Una vez más, debemos a la grande del streaming el poder ver la serie como la deseamos, o al menos como imaginamos se vería el mundo del Avatar Aang. Los efectos especiales están fenomenales, tanto en la ambientación de los escenarios de cada Nación muy distintivos entre sí, el poder de control de los elementos de los maestros,  el diseño de la vestimenta, las criaturas (algunas realmente bien creadas) y las escenas de pelea tanto individuales como batallas entre ejércitos que están por todo lo alto. 

La lucha entre los elementos (tierra, aire, fuego y agua) se ve genial y en particular, el poder del Avatar está muy bien trabajado visualmente, a un alto nivel. Golosina para los ojos y sueños hechos realidad, como al menos yo no había visto en adaptaciones similares.

Otra decisión acertada es respetar la música original de la serie animada. Para qué arreglar lo que funciona, diríamos algunos. Y aquí, menos mal, se pensó así, ya que la música original es muy distintiva, con un marcado acento oriental que transita por momentos épicos de gran factura como en las batallas o cuando Aang alcanza su máximo poder en el estado avatar. De lujo.

Pero no todo es bueno, como podrán imaginar. El desafío de adaptar el primer libro de la serie animada en ocho capítulos es bastante difícil. Existen claras deficiencias de guión y quedan aspectos que no se trabajan mucho como el rol de Soka, compañero inseparable de Aang que tiene mucho más conflictos y está mucho más desarrollado en la serie. Se entiende, no se logra por lo restrictivo del tiempo del live action.

Otro punto débil es, a mi juicio, el casting, cosa que ya fue muy criticada en la película y creo se repite el error. La serie animada cuenta con un diseño de personajes que si bien tienen características asiáticas, difieren un poco entre sí. La tribu agua es muy similar a los esquimales, la nación de la tierra a lo que sería China y la nación del fuego al fenotipo de Japón. Incluso en sus indumentarias se nota la influencia, lo que no es algo que moleste si no que le da coherencia a la caracterización de cada nación. Incluso los nómades aires se asemejan bastante a los monjes del tibet. 

Esa representación no se logra ni en esta versión con actores reales ni en la anterior película del director M. N. Shyamalan (si, el mismo de “sexto sentido” y “el protegido”; en fin, nadie es perfecto). El gen europeo o caucásico, si lo queremos mencionar de esa forma, al parecer es un pie forzado para llevar a cabo estas producciones y obliga a que algunos personajes no terminen de calzar con el resto de sus pares. Eso molesta. Además de la calidad actoral que tampoco es la mejor en el trío principal. Aunque quizás la actriz que personifica a Katara es quien mejor desempeña su rol.

Los fuertes en actuación son los personajes de la nación del fuego. Los actores que representan al Señor del fuego, la princesa Azula y el príncipe Zuko, están muy bien,  destacando el comandante Iroh, quien ya es un personaje entrañable en la serie animada.

Si quisiéramos dar en el gusto a los fans, lo cual no es nuestra intención, el live action alcanza un grado de cercanía muy aceptable con la serie animada y en el proceso de adaptación de la historia es donde probablemente debe sacrificar parte del argumento para hacerla más consistente. 

Pero eso permite que sea perfectamente disfrutable por quien nunca vio los monitos cuando era chico. Esta es la oportunidad para que padres/madres que vieron la serie hace veinte años y sus hij@s, puedan disfrutar de la serie en conjunto y comentar. 

En definitiva, es una serie de muy buena factura, que a pesar de algunas deficiencias en el guión y en las actuaciones un poco estáticas del trío principal, logra cumplir con ser una muy buena adaptación que a veces, incluso por sí misma, logra conmovernos con el mensaje de amistad, valor y respeto por nuestro entorno, que la serie de dibujos nos dejó y encantó por generaciones. 

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