Nuestros padres vivieron una época marcada por la pobreza, austeridad, protestas y cambios políticos, enfrentaron crisis bancarias, retornos a la democracia y gobiernos diversos. En contraste, los millennials hemos atravesado diversas crisis en poco tiempo: la asiática, la subprime, el estallido social (objetivamente), la crisis del COVID-19, convenciones constituyentes y plebiscitos. Estas experiencias han forjado nuestra percepción del dinero, el trabajo y la identidad de forma única en comparación con las generaciones anteriores.
Hemos sido testigos de cómo la educación ha pasado a ser casi un lujo. La clase política se aferra al poder mientras el estado exige más recursos sin gestionar adecuadamente los fondos existentes. Adquirir una casa propia se ha vuelto difícil y la tecnología avanza rápidamente. Todo esto ha generado un sentimiento de nihilismo, que se traduce en la negación de principios religiosos, políticos y sociales, así como en la negación de fundamentos objetivos en el conocimiento.
En este contexto, ingresamos al mercado laboral donde nos vemos obligados a ajustarnos al status quo de nuestros antepasados, lo que provoca frustración debido a trabajos cada vez más exigentes en términos de tiempo y habilidades, sumado a una sensación creciente de falta de propósito. En algún momento, alguien me dijo que no porque algo se haya hecho siempre de una forma, significa que sea lo correcto. Creo que el nihilismo en nuestra generación surge de la curiosidad por encontrar otra forma de navegar en esta vida. A menudo, se nos critica diciendo que «esta generación no quiere hacer nada», lo que hasta cierto punto puede ser válido, pero también es posible que simplemente no queramos seguir haciendo las cosas de la misma forma que siempre ha hecho.
Las redes sociales han tenido un impacto inevitable en nuestra personalidad, donde hemos intercambiado nuestra vida social por likes e historias de Instagram. Aunque también ha funcionado como un medio de escape del individualismo y, a veces, un eco de una vida falsa. La pandemia ha cambiado radicalmente nuestra percepción del trabajo y la vida, mostrando el fin de todo lo que estaba deteriorándose y poniendo a prueba nuestras sensibilidades. Hemos presenciado cómo los trabajadores esenciales han sido llevados al límite, y nuestra economía ha enfrentado un desafío sin precedentes con el comercio y el turismo siendo los sectores más afectados durante los 18 meses de confinamiento, todo esto mientras nuestros compatriotas morían día a día.
Terminada la crisis, pasamos de la necesidad de trabajar desde casa a la urgencia del regreso a la oficina, reviviendo las dudas sobre el paradigma tradicional del trabajo, todo esto en un contexto donde el internet nos mantiene más conectados que nunca, pero al mismo tiempo muy desconectados entre nosotros.
En un mundo donde las tendencias son el cowork y la necesidad de viajar e ir a conciertos es evidente, donde nuestra atención dura lo mismo que un TikTok y nuestra personalidad se basa en tests que determinan qué disco de Taylor Swift nos representa mejor, buscamos un propósito que implique disfrutar de nuestro día a día.
Lamentablemente, esto rara vez se cumple, lo que ha dado lugar al surgimiento de conceptos como la independencia financiera, el retiro anticipado, el «quiet quitting» y el deseo de hacerse millonario a toda costa (como lo vimos con Game Stop o los NFT).
En un mundo que cambia sin control aparente, tiene sentido que exista un cierto nihilismo financiero, en términos de encontrar un nuevo equilibrio entre la estabilidad financiera y la búsqueda de un propósito. Al final del día, se trata de poder financiar nuestro tiempo y ser dueños de él. Este nihilismo implica evitar las malas decisiones financieras que muchas familias enfrentan, como las herencias mal gestionadas cuando un familiar fallece.
En nuestra generación, tenemos nociones más claras de lo que se debe hacer, y hay menos tabúes en torno a la inversión, el ahorro y el dinero. Ante las dificultades para comprar una vivienda, las fintech han surgido para ofrecer acceso a los mercados financieros de forma sencilla y con bajos montos, esforzándose por cubrir las lagunas de educación financiera que la educación secundaria (y, en algunos casos, la superior) no proporciona.
Este nihilismo también rompe con el «espejismo de la riqueza», en el que una parte de la sociedad cree que siempre habrá fondos disponibles para resolver problemas, ya sea a través de bancos o del Estado. Sin embargo, las crisis que hemos vivido demuestran que esta «riqueza» no siempre existe; el Estado es vasto y no logra llegar a todos con soluciones, y los bancos y el sistema tributario pueden ser implacables ante errores nuestros, mientras que las fundaciones y corporaciones a menudo gozan de cierta impunidad. Por eso es crucial entender que nuestra estabilidad financiera y nuestro tiempo dependen de nosotros mismos, de tomar decisiones conscientes y de emprender un maratón que nos otorgará la verdadera libertad que buscamos.
La única riqueza verdadera que poseemos es el tiempo, y es el momento de cimentar un futuro que nos pertenezca, aprovechar el tiempo con nuestra familia y buscar nuestro propósito en este vasto páramo de oportunidades. Las generaciones anteriores preguntan cómo vamos a cambiar el mundo, y aunque la respuesta puede ser incierta, lo que está claro es que estamos redefiniendo nuestra concepción del dinero, el trabajo y el tiempo. Es maravilloso pensar que nuestro accionar actual que se encuentra alcance de nuestras manos, tendrán un efecto dominó en el futuro.
Puede sonar ingenuo, pero esta vez creo que estamos en un punto en el que existen oportunidades para poder generar esta estabilidad financiera y encontrar propósito, esta vez si podría ser diferente para todos nosotros.